Obra ganadora - Tema Libre
VI CERTAMEN RELATOS BREVES "ECOS LOPERANOS"
Dime con qué andas...
La señora de la casa donde trabaja mi madre, es una señora muy señoreada que siempre va en coche y siempre va mojada... Si eso es Doña Matilde, una lengua. Viperina.
Mi padre falleció joven, con solo treinta y tres años cruzó al otro barrio y supongo que por su juventud, y según mi madre por lo buen hombre que era, aquel infarto implacable condujo a mi padre privilegiadamente por el túnel ese que te lleva hacia la luz del descanso eterno y del eterno olvido también. Cuando esto ocurrió yo apenas tenía unos meses así que no lo conocí. Tan sólo unas pocas fotos que mamá conserva de él me han dado una idea del físico. Al quedar mi madre viuda tan joven y con una cría tan pequeña no le quedó más remedio que sacrificarse y aceptar trabajar para Doña Matilde, una persona difícil de tratar y aguantar. A veces la señora se levantaba de "moño alto", ese día agudizaba la mirada, se afilaba la lengua, concentraba el poder de su veneno y me atacaba directa al cuello. Luego de saberse con éxito sobre mi derrota, sentenciaba: "el dejarte clara tu ajustada situación económica y familiar es por tu bien, sólo te lo digo para que seas realista contigo misma y no oses soñar con lo que te queda muy grande, casi prohibido diría yo. Tómatelo como un consejo Inés, así sufrirás menos." "Consejos" decía Doña Matilde que eran, la madre que la...
A Doña Matilde le molestaba que la hija de la sirvienta siguiese un camino "menos llamativo" que el que siguió Cristina, su propia hija. Una nómada de inundo, sin carrera y viviendo la "vida loca". Cristina es una chica estupenda, y comprendo que no quiera saber de su madre. Sobre todo después de lo que ocurrió en Londres... porque aunque Doña Matilde lo haya ocultado yo sé de la mano de la propia Cristina lo que realmente ocurrió. Algo inolvidable e imperdonable. Cuando falleció Don Facundo, el esposo de Doña Matilde, Cristina aprovechó el término de su bachiller para tomarse un año "sabático" dando vueltas por el mundo intentando descubrir su vocación y por ende la elección de la carrera adecuada. Un tiempo de "inmersión en sí mismo" donde el contacto con otras realidades culturales provocaría un crecimiento personal y una madurez envidiables. Y Cristina contactó con diferentes culturas, se instaló en una nueva etapa vital... y se acomodó en una comuna espiritual de estas que controlan la respiración y se alinean los chacras a diario. El "año sabático" de Cristina viene durando ya siete. Durante los primeros cinco años, Doña Matilde me hacía llevar religiosamente todos los meses una carta a Correos para Cristina, con la intención de hacerla volver con palabras frías y atemorizantes. Pero Cristina nunca contestó a ninguna de ellas. Al principio llamaba de vez en cuando, hasta que ocurrió lo de Londres...Y ya no volvió a hacerlo. A veces Doña Matilde me daba pena, pero sólo a veces... su prepotencia y orgullo no la dejaban ser de carne. No sé si alguna vez dijo a Cristina que la quería, quiero creer que dentro de ese témpano de piedra helada había algo de calor y sentimiento hacia ella, aunque solo fuese un punto. El último día que me mandó a Correos vi que las manos le temblaban al entregarme la carta para Cristina, vi como los ojos se le cristalizaron, y también vi como se dio un apretado pellizco en el interior del antebrazo, para sentir dolor y eliminar cualquier indicio de debilidad. Las manos de Doña Matilde volvieron a ser rígidas, el cristal de sus ojos se estabilizó y cualquier detalle que pusiera en evidencia lo que ella consideraba su mayor virtud, la fortaleza, se desvaneció como la ceniza de un cigarro abandonado...
El verano pasado sin saber cómo me sorprendí a mi misma tumbada en una camilla, con el brazo derecho estirado y apoyado sobre una mesita acolchada para hacerme mi primer tatuaje. Tras unos breves pinchacitos sentí la suave caricia de una gasa que iba limpiando los restos de tinta entre mis dedos. Tatué entre mis dedos índice y corazón el mensaje "I believe" (yo creo), porque yo creo en mi a pesar de los "consejos" de Doña Lengua Viperina. Cuando Doña Matilde lo descubrió agarró mi mano y para degradarme me "aconsejó": "entre los dedos... donde reside la mugre, sólo a alguien de tu categoría se le ocurriría tal vulgaridad". Ahí quedó eso. Doña Matilde estaba sola en esta vida por su carácter altanero y prejuicioso y ese día, tras recibir su "consejo" sobre mi tatuaje, me alegré de que así fuese, porque si con la gente no era feliz tampoco lo era estando sola y estaba más sola que la una. ¡Jódete amargada!
Un día, cuando fui a recoger a mi madre a casa de Doña Matilde, encontré que la puerta del zaguán estaba abierta. Escuché como Doña Matilde hablaba con mi madre en el despacho, se ve que la reclamó en el momento en que salía y mi madre dejó la puerta abierta pensando que sería cuestión de segundos. De pronto escuché mi nombre saliendo de la boca de Doña Lengua Viperina:
-Eulalia, no te confíes tanto, Inés tiene una simple carrera de Magisterio y ya con 30 años...
-Veintisiete señora, veintisiete. - corrigió mi madre.
- ¿Y no es eso estar ya en los treinta? En fin, que está ya muy "granaica" para empezar a dar clases. -Doña Matilde, teniendo en cuenta los tiempos que corren... Dese usted cuenta que Inés... si no buscó antes fue por... ya sabe... su divorcio, pero ella nunca dejó de formarse.
-¡Formarse! ¿Formarse en qué? ¿De qué puede dar clase tu hija Eulalia? Si ni siquiera tuvo el temple de aguantar a su marido ¿de qué la educaste? ¿Acaso no le explicaste lo que todas sabemos que buscan los hombres? Esa hija tuya tiene muchos pájaros en la cabeza, dejarse al marido porque andaba con otras... con la vida tan cómoda que le daba, ¡mírala! ahora tiene que trabajar. Teniendo en cuenta los orígenes de tu hija fue un milagro que se le presentara ese matrimonio...
Escuché cómo mi madre se venía abajo, sus sollozos me partieron el alma, me sentí muy culpable, mi madre siempre fue débil, buena, pero muy vulnerable, así que intervine, a fin de cuentas era a mí a quien se cuestionaba:
Contaba un zapatero que en una pequeña villa construyeron una carretera hermosa, impecable, con su gris perfecto, de líneas divisorias blancas como perlas, firme y de sutiles curvas por la que solo circularían los coches de lujo que se dirigían a una urbanización, de lujo también, situada al norte de la villa. Cerca de esta maravilla de asfalto vivía una vieja y desgastada locomotora de mercancías. La flamante carretera desde su trono la observaba y humillaba a diario: ¡Qué horror! ¡Qué cosa más fea! ¡Qué poca clase tienen algunas! Un día, una buganvilla silvestre que estaba cansada de escuchar las arrogancias de tan presuntuosa vía propuso un trato a ésta:
-¿Por qué no te cambias por la locomotora y así la enseñas a tener clase? -incitó la buganvilla. -¿Yo? ¿Cambiarme por esa chatarra? -fanfarroneó la carretera.
-¿Crees que no eres capaz de mejorarla? - volvió a provocar la planta.
-Por supuesto que sí soy capaz. ¡Mírame! Soy la mejor. -se pavoneaba la lustrosa carretera.
La prudente locomotora accedió encantada, verse toda limpia, joven y sensual le sentó como unas vacaciones en el paraíso. En cambio, la vanidosa carretera, que no llevaba ni cinco minutos en su papel de vieja locomotora, empezó a sentirse muy pesada con la carga que arrastraba. Aquel suelo empedrado y aquellos raíles abruptos la estaban desollando por todos lados. Presa de la desesperación soltó la carga y se sintió mucho más aliviada, pero al ir tan ligera de peso sus ruedas motrices patinaban y no tenía adherencia. No le quedó más remedio que volver a cargarse. El siguiente problema que se le presentó fue que las sucesivas ráfagas de vapor cubrían su cueipo de hollín y toda ella olía a sardina ahumada. Llegó un momento que le resultó imposible seguir adelante, sus rudas y bastas ruedas se sucedían en continuos tropiezos por los "imprevistos" de la vía. Terminando el día, la ahora ennegrecida carretera se sentía destrozada, nada quedaba de aquella glamurosa y presuntuosa calzada que con un llanto inconsolable suplicaba a la vieja locomotora que le devolviera su vida de antes. La locomotora, toda renovada y fresca reclamaba ahora a la consentida carretera por su debilidad: ¿Eso es todo lo que aguantas? ¿Has visto la pinta que traes? ¿Dónde te has dejado la clase y el brillo? ¿Acaso ya no quieres seguir tropezando donde yo tropiezo todos los días?
-No por favor... volvamos cada una a su sitio, asumo mi flaqueza y te pido perdón. No volveré a criticarte. -suplicó la orgullosa arrepentida.
La buganvilla, que actuaba como juez, procedió a fallar en favor de la vieja locomotora y aleccionó a la carretera: Es muy fácil tener mejores planes para los demás, pero claro, si te mantienes en tu pedestal nunca verás la verdad y a veces los zapatos que calzan otros, los zapatos que tanto criticamos, pueden quedamos muy grandes... imposibles de llevar... de soportar.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Doña Lengua Viperina no me interrumpió en ningún momento, aunque no dejó de hacer mohines con la boca.
-¿Qué
opina Doña Matilde? ¿Considera ésta una buena historia para mi
estreno como maestra?
-Pues... bueno... no queda clara la moraleja de tu cuentito niña.
- ¿No? Pues mire usted, se la voy a explicar mejor: significa que deje de criticar hijas ajenas por la frustración de saberse sola sin la suya. Y si tan frágil me creyó cuando dejé a mi marido, promiscuo y ludópata, me hubiera pedido mis zapatos que yo con gusto se los hubiese dejado. A ver lo que usted aguantaba andando por el infierno.
-Mira niña, no voy a ponerme al nivel de una hija de criada que ejerce de piojo revivido. Primero: las señoras tenemos los pies pequeños y finos así que no me veo llevando unos mugrientos zapatos como los tuyos, y segundo: enviudé porque así lo dispuso Dios, y tú estás viuda, con un hijo, porque así lo dispuso un divorcio... fuiste una endeble carretera...
-Perdone Doña Matilde, de endeble nada, lo fácil es quedarse quieta viendo cómo te destrozan la vida y dejar que la gente gobierne tu destino por el temor al qué dirán, que es lo que le pasa a usted. Yo, sin embargo, creo en mí, tengo poder sobre mi vida y me alegro de ser una "viuda social" como usted me llama. Estoy orgullosa de mi hijo, al que todos los días le hago saber lo mucho que lo quiero y usted no sabe lo que es ser una madre en condiciones y tampoco sabe lo que es ser abuela porque pagó a Cristina un médico abortista en Londres antes de que la gente se enterase de la "situación social" de su hija y pudieran criticarla a usted por ello. Eso es lo único que le importa, mantener una imagen, regocijarse en su petulante autoconcepto sin importarle su propia hija. ¿Y aún espera que Cristina aparezca por esa puerta? No Doña Matilde, no. Su hija es de carne y hueso, no creo que su dignidad le permita perdonarla por ese aborto forzoso. En una cosa tiene usted razón Doña Matilde, no estamos a la misma altura. ¡Por supuesto que no! éticamente usted no llega ni a la suela de mis mugrientos zapatos. Buenas noches.
Vámonos mamá, que tu nieto nos está esperando. Ya cierro yo la puerta.
LIDIA PEREZ HORCAS, Ganadora del VI Certamen de Relatos Breves "Ecos Loperanos" - Tema Libre.

