Obra ganadora-Tema Libre

I CERTAMEN RELATOS BREVES "ECOS LOPERANOS"


                     El anhelo del poeta

Se sabía timorato el poeta, admirado desde su balcón el paso de la lozana moza, dueña de suspiros, sueños y anhelos. Cada día, cuando el sol tomaba cumbre, cruzaba bajo su alféizar y el poeta, con la sonrisa velada por el temor a ser descubierto en su vigía, la admiraba entre la caída de la cortina, sin atreverse siquiera a separar un ápice la tela y poder ser descubierto por quien no era probablemente, conocedora de su presencia.

Cuando la perdía calle abajo, regresaba el poeta a su ascetismo, recogido bajo la luz de un candil y componía bellos versos para su amada. Le decía Isabela, en ocasiones Lucía, o Elena, Mariola, Jimena, Inés, incluso Tomasa, Raquel, Leire, Leticia. Todos los nombres le parecían posibles y ninguno de ellos, a la altura de una belleza, como la que la dama poseía.

En las líneas que trazaba la tomaba de la mano, le susurraba a Neruda, a Hernández, para después, ambos dejarse llevar por la pasión y unir en uno sus cuerpos sobre un mullido colchón de nubes, que dos bravíos corceles blancos, arrastraban hacia la luna. Se creía feliz el poeta, mientras componía sus embusteros versos, aún a sabiendas de que Loreto, Gabriela, Carmen, Rocío, Rebeca, jamás alzaría su cabeza al paso bajo la ventana, para reclamar su atención. Debía ser él, el que bajara a pie de calle y como el enamorado de añejas maneras que era, clavaría rodilla en tierra suplicando que ella tendiera una mano, la cual besar.

Cada día, cuando restaban pocos minutos para su llegada, se obligaba el poeta, a asir con firmeza el pomo de la puerta que tras abrirse le llevaría al paso de la dama. Empero jamás ocurría tal azaña y el poeta corría cuando los últimos segundos acechaban, al balcón, ocultándose de nuevo detrás de las cortinas, que al trasluz, dibujaban la sombra de un ser gris, decadente y enamorado de la mujer con mayor número de nombres que jamás hubiese conocido.

Cuando la desilusión y la apatía que invade al cobarde tras una nueva derrota le atacaba sin piedad, ni siquiera regresaba a su cubil en busca de sanadores versos. Permanecía entonces sentado tras la cortina, con los ojos tendidos sobre los tejados, observando como el paso del poderoso sol sobre ellos, achicharraba los colores del paisaje, sacando una bruma vaporosa, que escondía las antenas y convertía a los gatos, en manchas borrosas que saltaban de tejado en tejado.

Lloraba el poeta, lágrimas en honor a Eulalia, Ana María, Teresa, Estela, Marina, Cristina. Lágrimas que tragaba como veneno, a sorbos cortos cuando descendían a través de sus mejillas. Lágrimas que finalmente se posaban sobre su corazón enamorado, un corazón que llegado el día se limitaría a latir por costumbre. Como late el del hombre al que ya nada le espera en el horizonte, salvo contemplar su propia decadencia.

Así pasó el poeta los días, las semanas, los meses, hasta que un mediodía de abril, tal y como rezaba las costumbres de la bella, convencido de que moría en vida, decidió bajar a su encuentro, con el corazón en la mano y una generosa dosis de vino en las venas.

Mientras aguardaba la llegada de su amor inconfeso, elegía el poeta las frases adecuadas para poder mostrarle toda la pasión que dentro llevaba y el amor que por ella sentía, desde que por primera vez la vio cruzar bajo su balcón. El poeta, dado a escribir hermosos poemarios, loado entre los círculos culturales, aquel que había recibido los más notorios premios literarios, descubrió entonces cual esquivas son las palabras, cuando de su elección depende nuestro latido. Incapaz de hallar las frases adecuadas, decidió el poeta apoyando su espalda contra la fachada del edificio, que dejaría fluir lo que quisiera salir por su boca, cuando Soraya, Robería, Agnes, Susana, Pilar, Ernestina, llegara y él saltara ante ella en el camino, cual cuatrero de sentimientos nublados e invisibles flores, en lugar de trabuco.

Pero cayó en la losa de la realidad con el paso de las horas sin su presencia, mientras el poeta, sintiendo el peso de las lágrimas sobre los ojos, como si fueran de plomo, observaba el final de la calle, lugar por el que cada día descendía su ya llorada y perdida amada. Hasta que vencido por los días que dejó pasar sin atreverse a declarar sus sentimientos, ascendió de nuevo las escaleras, se hundió en la soledad de su buhardilla y se asomó al balcón por el que en tantas ocasiones, la vio pasar. Jamás volvió a contemplar su melena ondeando bajo su alcoba.

Sin embargo, cada día el poeta, se asomaba de nuevo al balcón para minutos más tarde, componer bellos versos con los que alcanzó aún mayor fama y notoriedad. Se narraba entre los que decían entender, que aquellos poemas encerraban toda la crudeza, el amor, el dolor y las miserias, que el corazón de un hombre pudiera en su interior encerrar. Así pues el poeta, se alzó con la fortuna y el reconocimiento que todo literario sueña pues mientras compone, la que cree será la obra por la que seré recordado.

Afirmaba el poeta, aunque siempre para sus adentros, que sin embargo, hubiera cambiado todos sus premios, las loas recibidas, todos los versos compuestos, por un beso de aquella dama. Aseguraba que lo hubiera cambiado todo por una simple caricia. Juraba - y yo creo -, que incluso su vida y su corazón maltrecho regalarían su último aliento, simplemente por saber cual era su nombre.

ERNESTO TUBIA LANDERAS. Ganador del I Certamen de Relatos Breves "Ecos Loperanos" - Tema Libre.

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