Obra ganadora - Tema Lopera

IV CERTAMEN RELATOS BREVES "ECOS LOPERANOS"

... Y OTRA COSA

-¡Hola!

-¡Hola!- me contestó una voz antes que me diera tiempo a cerrar la puerta de la cancela.

Con placer sentí en mi cuerpo el agradable calor que desprendía la casa. Mi madre estaba sola en la salita, sentada a la mesa camilla con el brasero de resistencias encendido.

-Vienes muy pronto tú hoy para ser domingo y estar en Navidades - me dijo con retintín.

Me quité el abrigo y la bufanda dejándolos, como de costumbre, en una silla, arriesgándome a recibir una regañina. Me dejé caer en el sillón arropándome, mejor dicho, subiendo las enagüillas hasta que llegaron a mi cuello y metiendo los brazos debajo de la mesa para calentarme las heladas manos.

-Hace una noche de perros, está lloviendo y el frió se me ha metido en los huesos. He preferido venirme y estar un rato contigo.

Mi madre permaneció callada y, en ese momento, percibí el silencio que reinaba en la casa y, en ese momento, me di cuenta del semblante entristecido que tenía. Con cierta preocupación pregunté: - ¿Pasa algo?, estás muy seria.

Me contestó con extrema rapidez (se notaba que tenía ganas de hablar) que no podía dejar de imaginar lo que sucedió una noche como ésta hace ahora ochenta años. ¿Sabes?-dijo- fue un 27 de diciembre cuando se inició la batalla de Lopera, en 1936; la guerra civil había estallado unos meses atrás. La lucha duró tres cruentos días, entre los ejércitos republicano y nacional, causando innumerables bajas. La miré sorprendida, sin esperar que me saliera con éstas.

-¡Madre mía! ¿No me digas qué estás llegando a la edad de contar batallitas?

Casi con rabia me espetó que ella no contaba batallitas, que ella lógicamente no había nacido y que mis abuelos eran aun muy niños en esos años como para recordar nítidamente lo que sucedió entonces, pero que muchos de nuestros mayores hablan de lo que aconteció y no pueden olvidar tanta muerte. Además -concluyó- he leído sobre la batalla en el libro que escribieron los hermanos Pantoja Vallejo de la XIV Brigada Internacional. Y siguió su monólogo contándome que según los testimonios de las personas que participaron en el libro, fueron muchos los jóvenes brigadistas, jóvenes extranjeros que lucharon por sus ideales dejando la vida en nuestro país y muchos de esos cuerpos quedaron perdidos en las cañadas de olivares de Lopera durante aquellos fatídicos días.

Sin darme tiempo para abrir la boca, se levantó y, saliendo de la salita, me dejó sumida en mi propia estupidez.

Apenas pasaron unos minutos cuando volvió portando una pequeña caja. La caja estaba forrada por entero de conchas y caracolas. A mi mente vino el recuero del sitio exacto donde vi muchas veces esa misma caja. Estaba en la mesita de noche de mi abuela; cuando niña imaginaba que esa cajita había sido sacada del silencio eterno del fondo del mar.

Mi abuela me contó un día que la caja fue un regalo "del abuelo" que en su juventud estuvo haciendo la mili en Cádiz.

Con sumo cuidado mi madre dejó la caja sobre la mesa y, apartando el diminuto cierre dorado que impedía su apertura, levantó lentamente la tapa, por un momento mi corazón se aceleró angustiado por tanto misterio, y sus manos hurgaron el escaso fondo del receptáculo, extrayendo un pequeño y sucio papel doblado. Lo desdobló con sumo cuidado, como si fuera un viejo y valioso pergamino. Era obvio que no se trataba de ningún pergamino, a decir verdad, ya que a simple vista te dabas cuenta de que era un burdo papel rasposo que el paso del tiempo se había encargado de amarillear.

En él se distinguía, en letra manuscrita, algo parecido a un poema., Me llevó a esta conclusión la disposición en estrofas en las que estaban las palabras. La mayoría de las letras estaban tan borrosas que apenas se distinguían, sólo la parte final se podía ver con nitidez. Eso no me sorprendió, viendo lo ajado que estaba; lo que sí me sorprendió fue en el idioma en que estaba escrito, estaba escrito en inglés.

Sin entender nada miré a mi madre, a quien no necesité preguntar ya que, sin darme tiempo ni tan siquiera a ordenar en mi mente los posibles interrogantes que pudieran surgirme, me explicó que la hoja se la había encontrado el abuelo muchos años atrás, cuando se encontraba arando con los mulos en el Cerro del Calvario, y me contó también que se la dio a la abuela.

El abuelo era una persona reservada y taciturna que lo único que hizo en su vida fue trabajar tanto o más que su yunta de mulos. Salía de casa al amanecer y volvía anocheciendo. Para él no había fiestas ni "domingos de guardar", todo el año trabajando, cuando no era en el olivar era en el riego de la Vega del Salado.

Sin embargo, la abuela era dicharachera y soñadora, siempre alegre, siempre dispuesta a echar un ratito contigo. Le gustaba hablar de su juventud, de sus amigas, de cómo se divertían bailando con la "'máquina cantaora" de su "chacho" y de lo bien que lo pasaban aquellos años en la Feria de los Cristos.

Se casó mayor para su época y a partir de ahí ya sólo se dedicó a su familia y a ayudar a su marido en la tareas agrícolas. Alguna vez se quejó de haberse casado con un "tío norico", pues según ella, al abuelo no le gustaba salir. Incluso en la feria, nada más subía al paseo el día del Cristo Chico para ver bailar las banderas en la procesión.

Un día me contó con tristeza que el abuelo sólo le había regalado dos cosas en todos los años que llevaban juntos: la primera era la cajita de caracolas y la segunda... en ese momento se quedo muy callada y con la mirada perdida y después añadió: -...Y otra cosa-. La vi tan triste y yo era entonces tan niña que no supe consolarla y no me atreví tampoco a preguntar qué era la "otra cosa".

Eran tan diferentes los dos que muchas veces llegué a preguntarme cómo podían llevar tantos años juntos. Como en tantas ocasiones, me volvió a sorprender la intuición de mi madre; ella lo llamaba "el sentido materno", pues sin necesidad de decir nada se rae adelantó diluyendo mis grises pensamientos y me dijo:

- los abuelos se querían mucho, yo jamás los vi discutir y se apoyaban mutuamente en los momentos difíciles de su vida- y a continuación me explicó que cuando el abuelo le entregó la hoja a la abuela le dijo que seguramente sería una poesía escrita por aquel poeta inglés que vino con los internacionales para luchar al lado del ejército republicano.

El había oído que el ejército internacional estaba formado por ciudadanos europeos, norteamericanos, canadienses, etc. y que en sus países de origen se dedicaban a muy diferentes ocupaciones, obreros, asalariados, trabajadores liberales e intelectuales. Entre los voluntarios que vinieron con la XIV Brigada Internacional se encontraban dos personajes reconocidos en el mundo de las letras, dos ingleses. Uno era escritor, Ralph Fox, de 36 años, instructor de los jóvenes que se incorporaban a las tropas, y John Cornford, poeta,. quien cumplió 21 años el primer día de la batalla. Ambos dejaron sus vidas y sus cuerpos sobre las tierras calmas de nuestro pueblo, en aquellos fríos días de invierno en que los vecinos se disponían a empezar la campaña de aceituna a pesar del desconcierto y el horror que se estaba viviendo en distintos parajes próximos a la localidad, pues el escenario de la contienda se desarrolló en el Arroyo de la Casillas, en el camino de Los Lobos, en el Pilar Nuevo, en la Casería del Saetal, en la Cuesta de Las Esperillas y, sobre todo, en los Cerros de la Casa del Calvario donde estaban apostados los republicanos. En el Cerro de San Cristóbal y en el mismo núcleo urbano de Lopera se encontraba el ejército nacional contraatacando la ofensiva brigadista. La batalla concluyó con un gran número de bajas, muchas más en al bando internacional que en el nacional. Terminada la lucha, el frente quedó establecido en Lopera durante toda la Guerra Civil.

Cuando mi abuela cogió aquel viejo trozo de papel, no pensó en nada de todo lo acontecido, no imaginó el sufrimiento de tantos hombres, no quiso saber de dónde provenía; ella solamente albergó en su corazón la certeza del poema. Poco le importó en qué idioma estuvieran escritas aquellas palabras; incluso le importó muy poco quién las hubiera escrito para ella, tan soñadora; lo único que tuvo importancia fue que aquel hombre que tantos años llevaba a su lado se presentó un día y sin apenas decir una palabra, le regaló una poesía. Poesía que ensoñó con palabras de amor, ese amor que guardó durante todo su vida en el fondo de una pequeña caja de caracolas, manteniendo junto a ella las dos únicas cosas que él le había regalado.


"Y si la suerte acaba con mi vida.

Dentro de una fosa mal cavada,

Acuérdate de toda nuestra dicha;

No olvides que yo te amaba"

John Cornford

(Poeta inglés que murió a los 21 años en la Batalla de Lopera. 28 de Diciembre de 1936)

ROSARIO GARCÍA RODRÍGUEZ, Ganadora del IV Certamen de Relatos Breves "Ecos Loperanos" - Tema Lopera.

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar